
En algún cráter escondido del brillante satélite terrestre, un peluche viejo y una ingenua jovencita se reunían alrededor de una pequeña mesa circular de madera con mantel de cuadros rojos.La muchacha, bebía de una taza blanca de porcelana con bellos estampados floridos; con una mezcla de astío y desgano.Tenía los ojos vacíos y de sus brazos, piernas y cabeza, salían unos finos hilos que iban a parar todos juntos a una paleta de madera que sujetaba el conejo de sonrisa insana.Hablamos de un viejo y desgastado peluche de un dulce conejito con dos botones por ojos, boca de hilo y relleno blandito que sobresalía de algunas costuras rotas; la mayoría tapadas por viejos parches que habían ido perdido el color con el tiempo.Éste, se encargaba de que, cada vez que la taza de la chica estuviese vacía de problemas, preocupaciones, tristeza y sufrimiento, volvía a llenarla siempre al mismo volúmen.
Sí, le gustaba ver cómo era manejada, le gustaba ver cómo se retorcía de dolor en silencio y cómo derramaba lágrimas de sus ojos esmeralda.Sí, le gustaba ver que ahora el ser inerte que no podía defenderse de la crueldad de su dueño, era ella.
La chica, viendo que su frágil cuerpo no aguantaba más, dejó la taza caer viendo cómo aquellos sentimientos tan crueles se esparcían encima del polvo lunar.Se desplomó acto seguido en la mesa.El conejo sonrió.Sí, se lo había pasado bien dándole a probar a aquella niña, que tanto le había manejado con sus juegos, su propia medicina.Haciéndola sentir cómo es ser la marioneta de alguien con un poder claramente más elevado al no poderse defender uno por sus propios medios.
Observó que de los orificios de la chica resbalaba un transparente líquido de color marrón, cayendo así en gran parte del mantel, que absorvió rápido la sustancia.
-Señorita...¿más té?
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